El día más triste de mi vida

Aquella noche casi no dormí, tenía el estómago apretado y no contenía las lágrimas. Caminaba como sonámbula por la casa, observando cada rincón para plasmarlos en mi memoria. Habían pasado diez meses desde que estaba en aquel lugar y no podía creer que esa sería la última noche que lo vería.

Aún pasado tanto tiempo, no encuentro las palabras precisas para describir lo que sentí. Cuando llegó el amanecer, miré por la ventana y entendí. Ya no había vuelta.

Mi madre italiana entró con el clásico desayuno en bandeja, a ella también se le notaba la tristeza. Me besó en la mejilla y tan sólo se limitó a decirme que no me demorara mucho, que no podía perder el avión. Tomé mis cosas, me fui al baño y me duché por un largo rato. Trataba de pensar en lo que sería regresar a mi país y ver a mi familia original, pero mi mente retornaba siempre al mismo punto, la tristeza de dejar Italia y a esta gente que tanto quería.

Camino al aeropuerto, no hablé nada. Mis papás italianos tampoco quisieron hablar mucho, sólo me daban consejos sobre el viaje y que por favor los llamara una vez llegada a mi tierra natal.

Cuando llegamos, rompí en lágrimas. No lo había querido hacer por respeto a la gente que me acompañaba, pero no me pude contener. Entre abrazos y besos, tanto mis padres como mis amigos me decían que estuviera tranquila, que jamás me olvidarían y que esperaban con ansias que yo pudiera regresar lo más pronto posible. Algo me tranquilicé, pero no lo suficiente para olvidar la pena y el nerviosismo.

Llegó la hora de partir, tomé mi bolso de mano, mi discman, las cartas de mis amigos y junto a todos caminé hacía la puerta de embarque. Tener que despedirme de todos y sentir que pasaría mucho tiempo antes de que los volviera a ver, me estaba destruyendo el corazón. Desde el otro lado de la puerta saludé a mi familia con la mano, los vi llorar abrazados y los observé hasta que se fueron de la sala. Yo hice lo mismo, pero no tenía a quién abrazar. Ese fue, lejos, el día más triste de mi vida.